18 febrero 2009

Casa de maíz



CASA DE MAíZ

El alba se despliega,
digamos que el corazón emprende:
amanece tu cuerpo
y apenas despertado llena el mundo;
mi mano toca tu pecho
para seguir durmiendo
pero el calor la levanta;
te mueves como ejemplo del aire;
las cortinas te siguen
y te sigue el agua caliente
y los muebles te persiguen.
Eres la casa,
el día y yo
vamos tras de ti.
Las veladuras de tela
que te vas poniendo
dicen del trato de los hombres:
aquí cubres tu sexo,
aquí tu vientre,
aquí tus finos pies,
tu espalda,
tu talle de mujer;
o dicen de los callados subterfugios
de la naturaleza;
pero yo, dichoso, soy testigo.
Organizas,
promueves,
dispones el avance de la civilización.
Y no bien la calle te recibe
el movimiento empieza;
comienzan a secarse, tibias,
las ropas en los tendederos;
las flores se abren,
los cláxones retozan
en los arroyos de las calles
como ninfas lúbricas que cantan,
los vendedores embrazan sus productos
y se lanzan
y las bellas mujeres
comienzan a salir.
Tú eres la ciudad,
tú eres el clima y el tiempo,
tus estados de ánimo
influyen en los meteoros
y llueves, haces viento, haces calor,
haces un frío de todos los demonios,
haces de comer,
tiendes la cama
y en ella pongo mi mano
sobre tu suave pecho
y duermo,
vigilo la concordia,
paso la noche a tu lado
con extrema sencillez.

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