03 junio 2009

.. en Casa de América (V)

Me dejó tal impresión este texto que prefiero no volverlo a leer, no volverlo a escuchar, me quiero quedar con esa impronta.



Así lo leyó:

Drogas de la felicidad
Julio Trujillo


Extraño a mi amigo Alejandro. Qué más que la verdad. He estado pensando cómo escribir este texto, cómo nuevamente festejarlo y recordarlo desde alguna perspectiva original, inteligente, divertida, pero hoy que me detengo a leer algunos pasajes de su bitácora final, simplemente lo extraño. Perdonen que lo diga así, pero nada me lo restituye. ¡Yo quiero estar sentado con él, chingados! No encuentro la manera de darle vuelta a estos homenajes, rituales luctuosos y presentaciones de sus libros póstumos. Para mí, cada una de esas actividades dibuja la brillante silueta de su ausencia. Qué aguafiestas: no consigo sumarme al generalizado sentimiento de que estamos muy contentos y muy maduros recordándolo, de que su legado es la vitalidad y la alegría. Pues sí, pero hoy lo extraño y punto.

Curiosamente, lo que más extraño de alguien tan locuaz es sus silencios. Es que en todas las conversaciones que sostuvimos –que no fueron tantas– siempre había un momento en que callábamos y nos quedábamos viendo el uno al otro, en perfecta complicidad, paladeando los segundos que pasaban lentos, aceitosos, vespertinos, como un sol que declina con poderosa morosidad. En esos lapsos (que atesoro) su mirada me decía: “Todo está bien”. Y todo estaba bien. No había prisa alguna ni urgencia de hablar, sólo la tarde de Madrid y la mirada de un amigo reposando en la mía, sintiendo en toda su plasticidad, en todo su hermoso dramatismo, el paso del tiempo. Ni pedo dijo Alfredo: esos momentos ya no se van a repetir.

........................(cont. en "Leer más").......................

En una de las entradas de su blog, Aura escribió sobre un cactus que, como un cachorro, fue adorable en sus primeros días pero que luego fue olvidado y abandonado en su propia casa, arrumbado por ahí, creo que en un balcón. Tiempo después, el olvidado individuo sorprendió a sus dueños con unas bellas flores de color magenta. La amistad es así: persevera, sabe ser paciente y acaba mostrando los colores de su fortaleza. Todos somos los dueños de algún cactus, creo, pero no todos somos la cactácea que, a pesar de los pesares, produce una corona. ¿De qué estoy hablando? Ni idea: esta es una conversación huérfana de un interlocutor que le de sentido. Huérfana de Alejandro.

Porque conversando y escribiendo su blog, que era otra forma de conversar, Aura daba sentido. Si el ejercicio de ese diario comenzó con el objetivo de compartir poemas y contar el desarrollo de su cáncer, terminó por dar sentido y propósito a sus días. Quiero decir: el ejercicio se confundió con la vida. El señor que se fijó un objetivo acabó olvidándolo para encarnar el viaje tal vez sin proponérselo, sin haber calculado que esa visita diaria a su teclado era el sístole y el diástole de su organismo. Aura fue el primer enganchado: fue un yonqui de su blog, y luego nos contagió esa adicción. El símil no es gratuito: había un ambiente pesado de drogas, jeringas y quimioterapia, pero también uno más alado de conversaciones cruzadas, mezcales y circulantes copas de vino. Al final, yo bebía lo mío y lo de él, y salía de su casa con una doble ebriedad, o triple: la ingravidez con la que flotaba por la calle de Cervantes se debía a la tercia que conformábamos él, yo y la inminencia de la muerte. Todo lo cual, sobra decirlo, agudizaba el brillo de la vida.

Cabe preguntarse aquí qué pasa con un blog, escrito contra las taras de la imprenta, que vuelve a la imprenta. Es festejable poder tocar el libro, pesarlo, oler las huellas de la tinta, pero sobre todo reconocer su calidad de texto sin adjetivos, incluso si en esta antología no se incluyen los poemas (por razones evidentes: haberlos incluido era provocar un vértigo de espejos: poemas que pasaron de los libros a la página web, y de ésta nuevamente al papel, tal vez transformados…). Es raro sostener entre las manos algo que nació de la virtualidad, como si la burbuja durara a pesar de sí misma, negándose. Creo que pasa lo mismo con aquellos diarios que son escritos en la total intimidad, para no ser leídos, y que terminan por publicarse con gran impudor: ¿todos los caminos llevan al libro? No sé.

Sí sé que Aura, muy al contrario, quería ser leído, y que esta extensión en papel es un puerto que a él le hubiera encantado, una orilla más, un lector más, otro comensal. Y el libro que es producto de su blog es un asomo a su cerebro y a su piel, a sus preocupaciones, ligeras y graves, a su concreciones y abstracciones, a sus juegos y a sus preguntas hondas, todo ello en la voz de un cuate ligero, listo, ágil y frágil, siempre sensible y entrañable. Aquí tenemos a un señor que contagia su pasión por Homero, Herodoto y Jenofonte al mismo tiempo que nos explica cómo hacer una ensalada César, qué tan feroz es la tos y su indeseada cacofonía, cuál es la diferencia entre un bocata y una torta o por qué los poetas deben ser los cronistas de las obras del buen gobierno, si es que lo hay. Qué bien me caía ese escritor, cómo encajó golpes durísimos y siguió escribiendo amablemente, con ese tono suyo que demolía solemnidades, muertes y mayúsculas. Estar con él, leerlo, es como hacer un aparte con un amigo que te salva de un compromiso engorroso: ven, vamos a fumarnos un cigarro allá afuera, hay un recodo en las escaleras donde podemos estar. Ven.

Y aquí seguimos, en el recodo. Yo extraño a mi amigo Alejandro, pero descubro una vez más que las palabras pueden ser más útiles que un antidepresivo, que hay vocales y consonantes que, bien mezcladas, son drogas de la felicidad, y que después de leer estos fragmentos de su blog, me siento, aunque sólo sea momentáneamente, saciado y sonriente. Gracias a él.



Todo lo que pasó en .. en Casa de América ..

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