17 septiembre 2009

.. en el blog: Lo que es no tener que hacer


Jesús Olague es el autor de este blog de tan peculiar y sugerente nombre. Hace tiempo que sé de él pues era uno de los asiduos lectores del blog de Alejandro Aura. Y el día 10 de septiembre encontré las palabras de Alejandro de hace no sé cuantos años, en una cálida lectura que hace de otro poeta, con un título que es una vuelta de tuerca:

Encontrando a Alejandro Aura, encontrando a Jesús Flores Olague


Leo en la página 127 del poemario Buril de fuego, de Jesús Flores Olague, poeta, escritor, historiador, pintor, aficionado taurino y, vaya Dios a saber, hacedor de sabe cuantas cosas más, las palabras que le dirigió Alejandro Aura en la presentación, tal vez allá por los años de 1995 o 1996, de otro de sus poemarios, Ceniza del Alba, a las que voy sin más preámbulo.


Las palabras verdaderas de Jesús Flores Olague
Alejandro Aura


Confieso que no conocía nada de Jesús Flores Olague; Juan Manuel de la Rosa, mi entrañable amigo con quien he compartido mucha zacatequidad, la de él por origen y la mía por adquisición, y que es quien diseñó la portada del libro, me lo llevó hace unos días. Qué bueno que lo hizo. Qué bueno que también me invitaron a participar en su presentación, porque soy tan capaz que en una de esas se me traspapelaba e ib a dar al montón de ejemplares de toda ley que esperan mi jubilación de la locura.

La lectura de Cenizas del alba, este libro tan limpia y bellamente editado por El Trapecio Oscilante en la colección Punta de Esmeralda, me proporcionó esa extraña alegría que dan los libros de poemas cuando tras la lectura de cada uno de ellos se van sucediendo las complicidades y se revelan claves que le dan sentido a la lectura del poema anterior.
No es nada el principio del libro porque uno no sabe cuando no conoce a un autor, qué quieren decir sus primeras palabras (primeras para éste que lo lee por primera vez, se entiende); hace falta que su certeza, que su tino, si lo tienen, lo atrapen a uno en la red de un sistema de imaginación coherente y plena, como en este caso. Con decirnos sencillas cosas del mundo exterior, de la luz, del ambiente, de las formaciones imaginarias del aire, nos pinta un delicado mundo interno de intenso poeta.

Un poeta con la mayor de las pretensiones: la de encontrar las palabras verdaderas. Las que digan con la mayor certeza la experiencia de una aceptación plena de la condición humana. Aceptación y gozo. Aceptación y asunción del dolor. Aceptación y riesgo. Carente por completo de retóricas y adornos, sin conocerlo personalmente, me lo imagino un señor serio y sonriente, con un honrado traje gris y con tirantes. Un poeta con piel, con carne y entusiasmo; un poeta constructor que conoce su ruina y sobre ella se reconstruye con alegre imaginación

Una vez que me había embarcado con la lectura, me dejé llevar por donde el poeta quiso. Quizás en donde el primer regodeo sintió mi alma haya sido en el poema que comienza diciendo "Atado como estoy", en el que se hace uno con sus recuerdos y se trasciende con el acierto poético de terminar la evocación de sus fantasmas, comprometiéndose con la "prisión sudario" de su identificación con lo que ya no está y los que ya no están sino en él y sólo vuelven a tener por el acto de la palabra trabajada como joya precisa.

A lo largo del libro va transformándose el trato con las palabras, versos bien llanos van cediendo el lugar a mayores complicaciones lingüísticas que no lo son sino composiciones más ricas y complejas que nos llevan a un soneto magistral con que termina el libro: la transformación, el éxtasis, en el dominio de la forma; de la expresión mínima al máximo estallido de la expresión poética.

Me encantó su lectura y me va a dar gusto compartirla con ustedes, aunque sea en el luminoso ejemplo del poema que reproduzco:

A veces el silencio no me deja,
en la tarde pluvial de oscura bruma
y en el tedio irredento que me abruma,
disfrutar de mi límpida calleja.

Nada puedo decir, todo se aleja,
en vano tengo en mi poder la pluma;
el tiempo lento, sin piedad, me suma
mil segundos inútiles, sin queja.

Poco a poco, la sombra que me envuelve,
me hace ver lo insensato de mi ruego,
la palabra que busco no resuelve

ni pasión ni sentido. Me sosiego.
Mientras que mi alma, sin razón, se vuelve
un verde colibrí que se hace fuego.


Las cosas no se dieron como estaban planeadas pero nunca es tarde, y es que pensaba publicar este texto el día en que se cumpliera el primer aniversario del fallecimiento de Alejandro Aura, en un brevísimo homenaje a dos poetas que disfruto enormemente y que son, tal vez en una extraña coincidencia como lo eran para mi padre, de mis preferidos, sin ser yo conocedor ni mucho menos de poetas y poesía.

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