Desde que escuché este texto por vez primera pensé o sentí o las dos cosas: cuántas cosas sorprendentes, deliciosas entorno a Alejandro, me alcanzará la vida para conocer otra, la de él.
Y le dio las gracias a Armando por compartir sus recuerdos.
SE QUEDARÁN LAS COSAS
Flota la tristeza
como una piedra de tezontle.
Alejandro Aura
como una piedra de tezontle.
Alejandro Aura
Conocí a Alejandro Aura en otra era, como por 1970 o 71, cuando don Luis Chessal, director de Letras Potosinas, una revista que apareció durante más de cincuenta años -marca que está en vías de superar Dosfilos- nos propuso, a los jóvenes anacrónicos que éramos en la Sociedad Literaria Manuel José Othón, invitarlo a San Luis Potosí, para que hiciera una lectura de su poesía en la entonces Casa de la Cultura de San Luis Potosí, hoy Museo Francisco Cossío, tan significativa para algunos de nosotros.
Fuimos en su busca Enrique Márquez y yo a la ciudad de México, lo encontramos en la galería de arte Aura-Bracho, por Mariano Escobedo; supongo que acordamos los términos de su visita, para la que conseguimos patrocinios quién sabe cómo, también supongo que el arquitecto Cossío, director de la Casa, nos ayudó, pues Letras Potosinas salía cuando podía y era pobre.
Una noche de domingo con apagón tocaron a la puerta de mi casa, abrí y el poeta de México, el que nos había deslumbrado con Alianza para vivir, estaba frente a mí, pasmado lo pase a la sala y, como dijo que tenía sed, le ofrecí ¡agua!, pues en aquella casa donde vivía con mi madre y dos tías, algo más que rompope o cinzano en ocasiones especiales, era inimaginable.
Le propuse mostrarle el centro de la ciudad, desde Independencia y Comonfort, a una cuadra de Aranzazú, caminamos por algunas calles, en la primera de Zaragoza calificó de cachondos los balcones barrocos. Si en pleno siglo XXI, las noches de domingo es difícil encontrar un bar abierto en San Luis Potosí, en aquellos remotos días era imposible; entramos al café del Hotel Concordia y pedimos dos tazas de lo mismo; mis bolsillos estaban vacíos y los de Alejandro también, lo cual me pareció inverosímil, pero la cajera era madre de un alumno y me los fió.
(A José de Jesús Sampedro primero lo conocí por Alejandro Aura, que en Zacatecas hacía cosas por la literatura además de escribir, dijo, que le enviara algunos poemas a ver si los publicaba, no lo hice; empezaban, como ya dije, los setenta).
Así se inició una amistad que me abría las puertas de su casa cada que lo visitaba en la capital, o me aseguraba una buena mesa en El Cuervo o El Hijo del Cuervo, lugares de teatro, música, letras y trago que Alejandro regenteaba en Coyoacán.
Mi tía Carmela amaba intensamente la vida, era telefonista y escuchaba la Hora Nacional, ahí descubrió un poema que dice: Yo tenía un hermano mayor/ de pie sobre la luz;… /Se habló de inteligencias y de escobas, …Él era siempre mejor que yo/ cinco años/…Hace cinco años se casó mi hermano. /Hace cinco años que no crece ya mi hermano. /Mi hermano, /mi hermanito menor, mi consentido. Le gustó, pues le recordó a su hijo mayor, me lo contó y alardeando le dije que el autor era mi amigo.
En 1973, Alejandro ganó el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes y se fue a gastar el dinero a América del Sur, pasaron meses y una noche yo llegaba a la casa de mi tía, por la Condesa en la Ciudad de México, cuando alguien gritó “¡Armando!”, yo no volteé porque era inverosímil que alguien me conociera; hasta que lo escuché con todo y apellido no tuve duda, era el poeta que había detenido su viejo Vauxhall y me llamaba, mientras también mi tía llegaba y los presenté; jubilosamente entramos, ella sacó una botella de brandy a la que dimos fin para que se iniciara otra amistad. Ahora la enfermedad la ha sumergido en el olvido, enemigo de la vida.
Muchos otros recuerdos se pueden engarzar en estas líneas, encuentros en Guanajuato o en Zacatecas, referencias a mi persona en algún programa de televisión, encuentros a través de amigos comunes, certeza de una dadivosa amistad.
Los oficios que ejerció Alejandro Aura se pueden resumir en la palabra comunicación; el teatro, la radio, la televisión, la promoción cultural, la necesaria promoción de la lectura, recientemente el blog y la más intensa forma de comunicación con la palabra: la literatura, la poesía.
Cada vez es más difícil encontrar el silencio para la escritura, cada vez es más grande el espacio que ocupan los recuerdos en mi ser, cada vez es menor el espacio que ocupa la esperanza, pero no pasa un día sin aprendizaje. Hubo una vez un poeta que portaba su yo en la superficie y eso, a veces, lo hacía sospechoso; era feo pero nadie lo podía creer por su conducta de adonis; se largó a vivir a Madrid y allá, para variar, también fundó sus maravillas, y las compartía en sus poemas y, al último, en un blog que se fue haciendo una necesidad; antes de sumergirme en los papeles del día tenía que acceder a él, ¿Cómo amanecería Alejandro?, trataba de leer entre líneas si había dolor o desesperanza, y entre la gallardía pasaba alguna sombra; muchos eran y son los amigos, casi todos convivieron más con él y, a veces, muchas, soy más silencioso de lo que quisiera, me gusta escuchar y a Alejandro le encantaba, ¡cómo no!, ser oído; también hacer los honores de la hospitalidad y en algunas ocasiones llevaba mis tesoros a sus casas.
Cuando uno se para en el presente y hace cuentas se sorprende de lo largo que es el ayer, siempre parece que apenas fue ayer.
Algunas de estas palabras fueron para la presentación del libro Se está tan bien aquí, poesía de Alejandro Aura, que con la presencia del autor se realizó en San Luis en octubre de 2007, un libro escrito para afirmar la vida en medio de un cáncer pulmonar a consecuencia del cual murió el 30 de julio de 2008, en Madrid; hoy no encuentro mejor manera de despedirlo y afirmar su permanencia que citando sus palabras:
Así pues, hay que en algún momento, cerrar la cuenta, pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue, también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas, como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
Armando Adame
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