Ayer los hijos de Alejandro me hicieron una comida de despedida en la casa en la que él hiciera tantas comidas para sus amigos. Tardes memorables de domingo que muchos de ellos me han contado. Pensé al despertar, con el buen sabor aún de la fiesta en mis labios, que Alejandro tenía para juntar gente la misma mano que para combinar los alimentos en la cazuela, un poquito de esto, tantito de aquello y un ratito al fuego. Pensé eso y que esa casa y sus hijos heredaron su magia.
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