15 marzo 2009

Ser pobre no es negocio


SER POBRE NO ES NEGOCIO


Me desprendo con vehemencia de mi delicada piel de amor

sereno y comienzo a pagar culpas remotas.


No sé si así debía de ser pero nos echaron la casa encima.

Al otro que fue hecho igual a mí le sucede lo mismo, se le

hunde la imaginación buscando la manera. Porque
comenzamos desprovistos de todo y confundidos adrede.


El año pasado fue lo mismo, llegó el momento en el que ya

no podía más; lo hubiera dado todo por un instante de
perdición total;


aún hoy me gustaría bajar al principio, volver a ser animal,

recomenzar desde allí a planear otra conciencia.


¿Será verdad que uno debe seguir adelante a toda costa?

Quizás cuando esté a punto de ser feliz me sorprenda la

muerte.


Hoy he visto ya tanto como habrá tenido visto Noé al

descender del arca.


¡La sorpresa que se habrá llevado al notar que el

apareamiento universal dejó vacantes a los astros!


Pero Noé no era vagabundo, ni milagroso, y si se retiró del

mundo (del fin del mundo) fue por algo completamente
ajeno a su voluntad: se lo ordenaron.


Yo me hubiera tirado de cabeza borracho, agarrado a los

demás, cantando canciones obscenas, o me hubiera ido
solo, pero solo, nada más por irme.


De esta ciudad, si esta fuera, me habría corrido la sangre

por todo el cuerpo y mi boca habría platicado pura
sangre hasta el último minuto;


habría cantado la grandeza de lo construido –a pesar de

todo me hubiera sido imposible dejar de hacerlo–
y me habría ido apagando con una larga sonrisa entre
las manos.


Pero yo no fui hecho con buena fe.

A mí me tocó ser de los que cargan la litera, de los que

huelen a pobre a cuatro cuadras de distancia, de los
que rajan la leña a mano para entrar en calor con el
puro ejercicio.


Si aquello doloroso fuera sólo como un papel de estaño

y pudiera arrugarlo, abatirlo, si fuera cosa de nervios
solamente.


A mí me tocó ser de los que tienen que disimular cuando

se les rompe el alma para que los amigos no digan que
qué andará uno buscando por los lodazales de la
memoria.


¡Qué mala pata!

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