21 septiembre 2009

.. en los homenajes del 2008 (VI)


En este texto que Andrés González Pagés leyó en el homenaje de Zacatecas, aporta una pieza imprescindible para construir a Alejandro Aura: los primeros poemas publicados en la hoja literaria Búsqueda allá por el año 1963. Cuatro poemas que escuché por primera vez ese día y que veo no están recogidos en la antología de 1963-1993 ¡Tendré que tenerlos presentes para la obra completa!

Este texto se publicó en la revista Dos filos como ya conté.

Gracias Andrés por el texto; y por vuestra larga amistad, a ti y a Olivia.

La locomotora de Alejandro

Un muchacho delgadito se detiene a media cafetería repleta de parroquianos y busca, entre las nubes de humo de distintas marcas y olores, hasta detener los ojos en la mesa donde otros tres o cuatro jóvenes leen en libros abiertos o escriben en libretas de igual modo dispuestas. Se acerca y les pregunta si son ellos quienes están publicando obra literaria a gente nueva. Al recibir la respuesta afirmativa, pregunta ahora cuál es el requisito para que le publiquen a alguien; y al oír que basta con presentar la obra y permitir que se discuta entre los miembros del grupo, con la propia presencia del autor, saca del bolsillo una hoja que desdobla y les muestra. Después de las obligadas presentaciones, alguno de los del grupo lo invita a sentarse, o a acercarse una silla de otra mesa, para que comience la lectura. El texto que el joven ha presentado es el siguiente poema en verso:

Por los horizontes del sueño navega mi pensamiento
y mi carne pesadilla no despierta.
Sola,
irritada,
desnuda,
mi presencia material se agita
en un pesado milenario sueño
en el que sólo hay Dios
y siempre hay eco.
Un sueño casi heredado de mi especie,
en el que la muerte sólo es cambiar de tiempo.
Un sueño transparente de cristal de roca.
Despierto paradójico;
sueño de arcoíris eterno,
indisoluble.
Cárcel de jardín con perfumadas flores venenosas
que no matan nunca, sino adormecen.
Un sueño mentido, infecundo, cubierto de mariposas muertas.
Sueño de hadas mutiladas;
de fantasmas,
de cirios,
de muchedumbre de manos descarnadas, unidas,
disfrazándose de rosas las falanges.

Y mi carne, material para la muerte, no la encuentro.
¿De qué ángeles muertos me fabricaste, Madre;
que no encuentro mi carne?
¿De qué sueños,
de qué luces de estrellas,
de qué dioses estoy hecho, Madre;
que busco y busco mi cuerpo y no lo encuentro?


Como lo que más les interesaba a los editores era que las obras a publicar no incluyeran insultos directos al gobierno, que les había ofrecido patrocinarles algunas actividades culturales paralelas, el poema de Alejandro Aura, porque se trataba de Alejandro Aura, le fue aceptado para incluirse en la siguiente entrega de la hoja literaria Búsqueda, o sea el número 3, del 30 de junio de 1963.

Esto no quiere decir que en aquel grupo no se hiciera una valoración crítica de los trabajos que se recibían para publicarse; sólo que sus miembros estaban ante todo conscientes de su condición de recién iniciados en la maravilla de poetizar, con las obvias limitaciones teóricas y vivenciales; pero, por otra parte, lo estaban de su papel de promotores de nuevas voces que a la sazón difícilmente podían mostrarse ya luminosas aun en caso de que ellos hubiesen ostentado la preparación y la sensibilidad necesarias para aquilatar tales luces. Los “Cafés literarios de la juventud” eran, pues, un taller literario en el que se discutían las obras de los integrantes del grupo, y esta discusión, al paso de los meses, fue subiendo de nivel como consecuencia del estudio y la adquisición del oficio, incluso ya en otras publicaciones, pues la hoja Búsqueda fue cancelada luego del número 8 por falta de recursos.

Carmen Boullosa se refiere a este primer poema de Alejandro en la cuarta de forros del libro La patria vieja, de 1986, y en cuanto a lo que se lee en esa contraportada, por lo demás bonita y amable, debo hacer dos observaciones: como ya dije antes, el poema se publicó en 1963, y no en 1953, tal allí se menciona. La errata es obvia, junto con la del apellido de la propia Carmen, que aparece con zeta; pero el tiempo demuestra que cuando esta clase de minucias no se corrigen pueden provocarse a la postre enredos lamentables. No sé si ya ella, Carmen, o el mismo Alejandro, hayan aclarado el punto anteriormente, pero en todo caso me tocaba a mí hacerlo en mi primera oportunidad, que es ésta. Por otro lado, se menciona en la misma cuarta de forros, y esto sí que es ya parte de la redacción de Carmen, que Búsqueda la editábamos José Agustín, René Avilés Favila, Jorge Arturo Ojeda, yo y otros que a la redactora le preocupaba omitir. En realidad, los editores éramos otro cuate, importante promotor cultural y ensayista hasta hoy, llamado César Horacio Espinosa, y yo, que azotábamos con la lana, para decirlo en términos de aquella época. Los demás, hasta quince o veinte nombres, sin excluirnos a nosotros mismos, éramos los colaboradores. Vale recordar, por ejemplo, que también en Búsqueda publicó sus primeros trabajos en verso Elsa Cross.

El poeta Aura publicó otros poemas en los números 4, 5 y 7 de la mencionada hoja literaria, y aquí voy a leerlos esta noche. Pero, antes, quiero decirles a ustedes que el rescate de tales poemas tiene que ver directamente con el título de este texto: “La locomotora de Alejandro”, por cuanto con él me refiero a aquella pintura que el niño Diego Rivera hizo en una pared de su casa, precisamente de una locomotora, y cuya sobrevivencia agrega hoy a la historia de la plástica mexicana un detalle no sólo simpático, sino revelador de constantes que el ya luego maestro muralista habría de desarrollar.

El segundo poema de Alejandro Aura, pues, publicado el 15 de julio de 1963, dice así:

Sueño un invariable sueño:
“Tú y yo”

Este muro es denso

Acércate a mí
Enséñame el principio de la vida

La noche es lacerante pensamiento
La noche es un murmullo creciendo
En sentido contrario del reposo
La noche es altavoz desesperante

Tengo un secreto
Ven
Que mis manos te acaricien
Que mis ojos te reconozcan para siempre
Ven
Ven tú
Porque es intransparente este misterio
Cruza el silencio
La oquedad disimulada del silencio
Enséñame la risa siempre viva
Y el espontáneo llanto de alegría

Mis ojos no te miran
Es de noche

Tengo enmarañado el tiempo
Y tanto miedo
Pavor de soñar eternamente
“Tú y yo”
Distinto siempre “Tú y yo”

Ven
La de los ojos y los labios
La de impúdica sonrisa
La de hechicera ingenuidad
Ven tú
La del cuerpo y la ternura
La de las alas de ángel
Cruza esta oquedad disimulada del silencio

Rompe esta nocturna soledad estrepitosa
Sacúdeme la confusión del tiempo
Y ponme al despertar
Ante los ojos
La increíble verdad de tu sonrisa.


El siguiente poema, aunque se publicó en el número 5 de Búsqueda, de fecha 15 de julio de 1963, el poeta, por lo menos entonces contrario a la pérdida del tiempo cotidiano que existe entre la escritura de la obra y su publicación, lo fechó el 26 de mayo. Dice así:

Regresarás Mujer color de sombra
a entregarme tu cuerpo luminoso
Cuando la ausencia
qué grito
qué ansias
qué deseo
Cuando la ausencia de pálidos rostros
qué inmenso deseo por la sangre
Cuando los lisos cadáveres se pudran
regresarás a remendar tu ausencia
a rellenar tu hueco con tu cuerpo
a revivir tu carne con mi carne
Cuando la peste
qué deseo de huir
de suicidarse
de sacarse los ojos y el olfato
Cuando el tiempo
Cuando el recuerdo
Cuando el olvido
Cuando la fusta de la verdad azote
qué grito no escuchado
qué molesto seguir siendo cadáver
Cuando la lepra de las mujeres leprosas se descubra
qué asco
qué miseria sentirse carne contaminada
qué dolor de no ser sino carne agusanada
Volverás Mujer mentira
Mujer no cierta
Mujer callada cerrada negada oscurecida
Volverás a preguntarme la coloración de lo salvaje
Regresarás a preguntarme qué es la piedra
qué es la inmortalidad
Regresarás a buscar el primitivo impulso
Porque y la nada dónde queda
y el tiempo dónde queda
y el hombre dónde queda
Cuando la ausencia se convierta en sueño
cuando el sueño se convierta en pesadilla
cuando no quede sino el rojo de la sangre
cuando sólo lo bestial de la carne quede
regresarás a preguntarme lo genital de nuestra extraña distancia
Regresarás Mujer color de sombra
a entregarme tu cuerpo luminoso
Qué desesperación entonces
qué grito
qué deseo
qué descubrir que las sombras sólo son luces apagadas
qué revivir para la muerte
qué contraste
Regresarás Regresarás Regresarás.


Por último, cerrando este ciclo inicial de la poesía de Alejandro Aura, tenemos que en el número 7 de Búsqueda, del 30 de septiembre de 1963, apareció un cuarto poema, que es el siguiente:

Caer
Ir descubriendo las piedras desde abajo
Nuevas transparencias
Y gusanos nuevos
Lodo disfrazado
Podredumbre
Huellas firmes de la edad de barro
Caer con el peso de la soledad
Y rebotar
Recogiendo carne arriba las blasfemias
Atravesar los nervios
Las minas
Los preceptos
Los lamentos me siguen van conmigo
Transponer la corteza viva de la tierra
Ser pájaro Ser soplo
Ir persiguiendo la mano azul del firmamento
Hasta chocar contra el sueño
Ser el amante inmortal
Subir
Más allá de Dios seguir subiendo
No
No quiero ser astro
Este sueño arriba nos pulveriza
Estas semillas infecundas y brillantes no se juntan
No se alcanzan jamás
Hay que caer de nuevo
Amor dame la mano
Arrojémonos a la tierra
Revolquémonos en la tierra amor
Vamos a recobrar nuestras fuerzas de semilla
A sondear unidos la soledad
Y a prestar a la boca de las cuevas nuestra risa
Hay prisa amor hay mucha prisa
Tenemos que sembrar nuestra simiente
Que llenar de flores la sementera
Y afilar nuestras guadañas
Tenemos que llegar a tiempo de preparar el olvido
Ven amor
Hay que bajar bajar
A organizar la nueva generación de hombres de barro
Y a preparar el futuro nacimiento de los robles.


El Diccionario de Escritores Mexicanos, de la Universidad Nacional, reconocía ya hace veinte años que la obra de Aura “se desarrolla en torno a dos temas principales: la ciudad y el amor”. (Vol. I, p. 100, 1988.) Es cierto, desde luego; pero también, a lo largo de su obra, o al menos a lo largo de su poesía en verso, puede notarse la recurrencia de la muerte y del temor a la muerte.
Un sueño casi heredado de mi especie,
en el que la muerte sólo es cambiar de tiempo…

nos dice en el primero de los poemas que acabo de leer, y luego refuerza este sentimiento unos cuantos versos adelante:
…Y mi carne, material para la muerte, no la encuentro.
¿De qué ángeles muertos me fabricaste, Madre…?
Y en el tercer poema nos dice Alejandro, ya más violentamente:
…Cuando la peste
qué deseo de huir
de suicidarse…
Y
…qué molesto seguir siendo cadáver…


Concretamente, por ejemplo, respecto de la idea del suicidio, nos dirá años después, y luego de algunas referencias más al mismo asunto, esta última imagen del poema Partir el sol, de 1986:

El enorme campo de visión se estrecha
hasta que el panorama se torna
una aguda cuchilla
contra la cual, de frente,
el peleador se lanza.


Por eso, sobre todo por eso (porque claro que habría más que decir al respecto, al menos desde el punto de vista contrario, que es el del amor a la vida), por eso, pues, me parece que la lucha que el poeta Alejandro Aura libró contra el cáncer durante los últimos tres años alcanzan dimensión de heroísmo. Con todo el dolor que implica recordar su dolor, agradezco a mi hermano de nacimiento literario el su inmensa valentía, el no haberse lanzado contra la aguda cuchilla del enemigo, sino haberlo soportado hasta el final para darnos un mensaje que hoy quiero aplicar al hombre colectivo, a la sociedad, hoy que es principalmente la deposición de la nobleza lo que parece caracterizarnos.

Muchas gracias.

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