14 abril 2010

.. enredado con José Luis Cuevas


No sé si quiero contar, se van enzarzando las casualidades y me abruman. En aquella semana todo giró entorno a José Luis Cuevas y lo dejé pasar, hoy sí, aquí va:

* Un mensaje de Alonso Barrera hablándome del poema para iniciar el montaje sobre “Cuentos y ultramarinos”: Un soliloquio de José Luis Cuevas.

* El artículo de Elena Poniatowska, en La Jornada, donde Cuevas nombra a Aura: Esto no tiene remedio José Luis Cuevas.

* El libro en casa de Octavio Vázquez:



* Con un prólogo de Alejandro, editado en 1997. Qué vueltas da la vida, cómo lee uno depués de que llegó el futuro y nos mordió con rabia los talones y embarró los días, los que iban a venir nuevecitos y planificados. ¿Quién se atreve a decir futuro?.

Volviendo al libro, lo deboré buscando qué escribe Cuevas sobre “La enfermedad de Bertha” y ... celebré infinitamente que incluyera el prólogo que aquí os comparto:


PRÓLOGO A CUEVAS

He estado remoloneando varias semanas con el prólogo que me pidió Octavio Vázquez para este libro. Más que nada porque, aunque no soy trabajador, he estado abrumado de trabajo. Soy, además, de los que eluden la enfermedad y la muerte a toda costa; no quiero tener nada que ver con esas cosas que les ocurren a los demás. Pero como quiero a José Luis y a Bertha, y los admiro, llegó un momento en que la conciencia me dijo que ya me estaba yo pasando de evasivo y que tenía que leer los trabajos del Cuevario referentes a La enfermedad de Bertha, los que forman esta edición parcial del vastísimo material escrito por José Luis.

Me duele que Bertha se haya enfermado y me alegra muchísimo que le detectaran a tiempo el mal y lo pudieran conjurar. En esos días aciagos la vimos en Zihuatanejo, Carmen, nuestros hijos y yo, y no parecía estar dispuesta a deponer su fortaleza. Sí: vivirá ciento veinte años y contará, sin poderse quedar quieta frente a su tejido, aquellos años locos del fin de Siglo en que hasta cáncer tuvo.

Como quiero mucho a Octavio y no sé decirle que no, lo primero que pensé, cuando me pidió que escribiera algo para un libro de Cuevas fue hablar de su trabajo como artista, y eso me pasó más que nada por disperso, porque no puse atención a lo que me pedía, porque no me percaté del tema sino del personaje, y anoté estos sencillos trazos: “Aunque el protagonista único de sus dibujos sea nominalmente él mismo, Cuevas no hace otra cosa que dibujar a los mexicanos de su época, al prototipo de sus contemporáneos.”

Ya que releo mis notas primeras, pienso que José Luis Cuevas es semejante a sí mismo en todo lo que hace, escrito, hablado, dibujado…

“Sus dibujos son la inmolación constante de sí mismo en el altar de su devoción: los seres de su tiempo.”

Y ahora se me ocurre que su visión más que regional es universal, que Cuevas, y por eso su obra toca la puerta espiritual de todas las sensibilidades, es un artista total. Dije antes mexicanos, pero corrijo: humanos.

“Nos mira a todos con ojos voraces, ve nuestros gestos, coge nuestras actitudes, se alimenta golosamente del aura que nos envuelve. Y queriendo ser parte del ser de todos acaba por ser sólo el espejo, el niño ajeno, el ojo que llora."

“Cuevas nos representa como no queremos ser representados, nos hace feos, sórdidos, agazapados, tristes, débiles, ateridos. No hace concesiones, por más que diga con sus palabras lo que no dice con su obra gráfica: los extraviados ojos de sus dibujos, gelatinosos, dispersos, no saben nunca hacia dónde mirar; si acaso, ven al frente, en donde el pintor, azorado, los crea sin darles respuesta; no hay ninguna esperanza. Cuevas no tiene esperanza en este modo de ser, no ve ni ofrece ninguna salida; la escapatoria es la belleza, pero estamos tan lejos, tan lejos…"

“A ver, déjenme equivocarme: Cuevas quiere ser todos los personajes de su tiempo porque le parece poco ser nada más él mismo, o porque le parece poco lo que es y necesita ser todos”.

Cuando escribí estas breves notas no estaba pensando en el Cuevario sino en sus dibujos, pero al leer las páginas que ustedes leerán, que están llenas de sencillas declaraciones de sentimientos comunes de la vida real, me di cuenta de que Cuevas es un cuerpo sólido, muy sólido: José Luis Cuevas es un modo de ser.

“Puesto ante los dibujos de Cuevas soy como el lector conmovido de unas páginas de exquisita escritura; sé que el autor las tiene todas consigo, que no me soltará de la mano cuando me haga asomarme al abismo –y lo hace con frecuencia-, que el dar infinitas vueltas en la misma habitación a lo largo de los años no es sino constancia, amor a lo que ve, fidelidad al dolor que lo tiene cautivo.

“Cuando todo esto haya pasado y los habitantes de un país que quizás tenga el mismo nombre que ahora tiene nuestro territorio se asomen a su tormentosa historia, encontrarán en los dibujos de José Luis Cuevas el retrato perfecto de una época malhadada del mundo."

“Eso veo en la obra de Cuevas”.

Pero no, yo estaba pensando en otra cosa; no había leído los Cuevarios y andaba muy lejos del gemido de Cuevas por la enfermedad de su compañera. Qué Cuevas tan apesadumbrado y atónito, a pesar de su trato constante con la enfermedad, de su presunción de ser un hipocondríaco consecuente y creativo, a pesar de los recursos físicos y espirituales abundantes para hacer frente al trance. El Cuevas que se lee en las páginas de este libro, con todo, y sus exabruptos de machismo, de mundanidad probada (el escudo cosmopolita es también un uniforme de época), de deferencia social, es un hombre frágil, tierno, bobo, azorado ante el hecho brutal de la fragilidad de la vida. Ah: lo mismo que antes había detectado en su prodigiosa obra de artista.

Qué bueno que me sobrepuse a mí mismo. Ya me había ocurrido antes, cuando escribí el improbable poema Un soliloquio de José Luis Cuevas.

Alejandro Aura

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