10 agosto 2009

.. en la página del INBA (II)



Lo que no acabé de contar anteayer es que en la página del INBA hay otras dos opciones más, en el “MENÚ ESCRITOR” correspondientes a Alejandro Aura:

Galería, que tiene fotos de casi todos los Auras que en México fueron.

Alejandro Aura en su propia voz

Sorprendida de la fuerza del texto, de la calidez de la voz, lo he escuchado repetidas veces, buscando descubrir el misterio que me tiene atrapada. Es una lectura ante una sala que finalmente prorrumpe en aplausos, quién sabe cuándo, quién sabe dónde, no importa.
Un día en una lectura pública de sus poemas, en Calanda, se produjo tal magia que los poemas que yo le había escuchado una y otra vez, volaron sobre la sala y construyeron un alma común, o algo así. Al acabar le comenté mi sensación, “así pasa a veces", me dijo, "igual cuando representas en el teatro, un día sucede, te haces uno con el público y no sabes por qué”.

Yo además de esa unidad siento que abrí el buzón y encontré una carta de Alejandro para mí. La transcribo así como me sale al escucharlo una y otra vez, con los espacios que deja su voz. La calidad del sonido es mejor en la página del INBA, pero por si llegara a desaparecer aquí también estará:

Escúchalo:



Hace varios años que no publico nada;
hace varios años que casi no escribo poesía;
los poetas que creían en mí han dejado de creer en mí;
los que creen en los poetas han dejado de creer en mí
y yo también he dejado de creer en mí.

Es medianoche. Hace un silencio que quema.
No hay nada que quiera decir
ni nada que no quiera decir;
estoy encendido como un hachón;
me pesa estar vivo
porque de un día para otro cambia tanto la cara de la vida
que lo que parecía destino claro
se pudre como una frutita que se tira y ya.

Vivo en la ciudad más grande del mundo,
soy lo mismo que un coche,
lo mismo que una lata de cerveza (¿ha visto usted
cómo se enfrían las raíces cuando las sacan al aire?),
soy igual que una de estas calles sin árboles
plantadas en el sueño de lo que pudieron ser
(los fundadores se levantaban temprano
y con un amor desmedido limpiaban su pedacito, regaban,
plantaban lo que podían, se saludaban)
y además, qué tonto, tengo ganas de cantar,
de saltar, de hacer esferas,
lo bobo no se me quita con nada.

De repente y sin fenómeno físico
se aparece un ruido en el silencio de mi casa
y yo pienso que no es más que un ruido que no hice yo
mientras apunto para que no se me olvide
que todavía tengo el corazón inocente -o como se diga-
y que pienso que soy bueno y dulce,
(¿verdad, sueñitos de mi amor, que siempre
fui bueno y dulce?)

Paso bajo el puente de unas horas infames que me gritan:
¡vamos, vamos, a trabajar, que se acaba la vida:
Y como no sé trabajar me siento a perdonarme.

Yo amé con demanda imperiosa a esta ciudad,
lo saben los que saben,
pero luego, por sueños que tuve, quise hacerme hombre
(me contaron, pues, que había manera)
y me puse a recoger todos los hilos.
Ese ovillo imposible, amigas mías, esa madejita sucia.
Yo nací aquí, conozco el ritmo;
las mentiras las inventé yo junto con todos,
yo hice lo que yo quise,
hasta que yo, yo, me vi hecho un pendejo:
no hay ciudad que resista estos humos de poeta.

Trencé los dedos y dije:
que si existe la magia aquí me quede;
me temblaba la voz, me salían lágrimas y mocos,
no era yo.
Ángel iluminado,
que no suceda nada sin que me suceda a mí,
ni el mercado ni la catástrofe,
ni el remozamiento ni la lluvia sucia,
ni la decisión política ni el perro muerto a la basura.
Caballo de Carlos cuarto,
así mejore yo algún día;
ojalá que mi padre haya pensado en mí,
ojalá que antes de morirse haya pensado en mí.

Era más bajito de estatura que yo, narizón,
el pelo lacio, las manos muy bien hechas,
flaco, borracho, tonto, tonto,
de donde yo heredé ser como soy.

Tomábamos el tranvía en Manuel María Contreras
y nos íbamos haciendo un escándalo con nuestra plática de fierros viejos
hasta doblar en Artes;
olíamos a oxidado, a puro y a madera vieja
y todos éramos damas y caballeros: los grises, los grandes y los chicos.
Ya por Artículo 123 no aguantábamos el gentío, el ruidero
y las banquitas de palo del vejestorio amarillo
pero Venustiano Carranza era un oasis lejano
donde nos bajábamos mi abuela y yo a comprar
crema de almendras, medicinas o polvos de arroz en la farmacia París, caramba.

Nadie que haya estado esa vez no lo recuerda
porque era cuando el corazón andaba suelto por las calles
y cualquiera pasaba y le aventaba un hueso.
Nadie que haya andado por allí puede ser tan canalla
que no tenga un recuerdo bueno de aquel niño de pantalones cortos
que se chupaba el dedo y bajaba del tranvía
dándole, como un señor, la mano a su abuelita.
No sean así, acuérdense.


3 comentarios:

  1. Eso quiero, asi quiero andar: con el corazon suelto por la calle para que que quien pase le aviente un hueso...
    Yo nunca lo vi, no andaba por ahi ese dia, pero desde hoy voy a acordarme de ese niño. Y nunca se me va a olvidar.

    Gracias.

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  2. Y como no entendía le pregunté a Marta lo del "artículo cientoveintitres", y ya me explicó:
    "Artículo 123 es una calle del centro donde estaba la XEW y a donde nos llevaba la abuela Lita a oír a los cantantes de esa época, y a los programas de aficionados que se hacían con público.
    Y las colas eran enormes, era muy cerca del Eje Central que entonces se llamaba Niño Perdido."
    Hice la modificación para que se note que es nombre propio.
    Y gracias siempre, Todavía.

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  3. ZÓCALO-TOPACIO (Fragmento) Alejandro Aura, aparece manuscrito en el archivo. ¡Qué sorpresa!. Se trata de este texto que transcribí desde su voz, aprovecho ahora para corregir la puntuación. Aprovecho para escucharlo de nuevo.

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