21 marzo 2009

La medalla 1808 de la Ciudad de México

El 15 de septiembre del año 2008, un mes y medio después del fallecimiento de Alejandro, el Gobierno de la Ciudad de México le dio la Medalla 1808. Se recogieron cientos de firmas apoyando la iniciativa. Muchas de esas firmas fueron las que vosotros enviastéis, y todavía no había tenido la oportunidad de agradeceros y de mostraros la medalla y de compartiros el discurso que ese día leí. Aquí va todo:



Diseñada por Juan Manuel de la Rosa



María Cortina contó ese memorable día en su blog: Ganar la guerra

Este es el breve discurso que leí:

Buenas noches a todos, anfitriones y huéspedes de esta excepcional ceremonia.

Quiero comenzar agradeciendo al Gobierno de la Ciudad y a cada uno de los ciudadanos que han dado su firma para entregar póstumamente la Medalla 1808 a Alejandro Aura: muchísimas gracias a todos y cada uno.

Hoy hace mes y medio que Alejandro falleció. He pasado la mayor parte de este tiempo en la Ciudad de México; he asistido a los homenajes que se le han hecho, he oído hablar a personalidades destacadas de la labor que hizo para hacer más habitable, más justa, más viva, a esta ciudad y a este país.

La madre de una de las niñas del coro del Faro de Oriente, que participó en el homenaje que se le hizo en el Teatro de la Ciudad, se acercó a María Aura para agradecerle a ella, dado que ya no podía decírselo a Alejandro, que su hija cantara en ese coro. Había tenido una oportunidad que a ella nunca se le había brindado. Este es el punto en común que tienen los cientos de comentarios que se han escrito en su blog: “gracias a la labor de Alejandro Aura, tuve una oportunidad; con su ejemplo de vida, mi vida cambió”.

En el discurso que leyó cuando llevaba un año al frente del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, en el Gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, dijo: “Desde el inicio, entendimos que había que cambiar el estatismo cultural que intenta orientar, vigilar y sancionar lo que la gente consume, para transitar hacia formas democráticas que le permitieran a una instancia gubernamental abrirse a la pluralidad de su sociedad.”

Alejandro creía, más que en cualquier otra cosa, en el ser humano. En su capacidad de crear, de sentir, de aportar. Y sabía que la cultura es un instrumento que salva a los más desprotegidos, como a él mismo lo salvó. Alejandro concibió la cultura como un espacio amplio, abierto y libre. Un espacio sin puertas en el que todos, no solamente puedan, sino que quieran a su modo, participar, sin que nadie los limite y sin que nadie los obligue. Por ello trabajó para que el Faro de Oriente, los libros, los clubes de lectura, las calles mismas fueran de todos. “Recuperarlas para el goce artístico, para el placer de la imaginación y para la convivencia”, era su lema.

Los cientos de mensajes, las decenas de cartas, las miles de palabras de agradecimiento que me han llegado, confirman que su política, tuvo éxito.

A Alejandro le gustaba que la gente lo saludara por las calles. Ahora entiendo que para él ese gesto era la confirmación de que su labor como político, como comunicador y también como poeta, estaba dando frutos. Por eso convertía cada saludo en un diálogo que le permitía escuchar las sugerencias que se le hacían. “¿Por qué no hace usted un programa para viejitos?,” le dijeron en una ocasión, “hágame llegar sus ideas”, respondió él. Y el proyecto se puso en marcha.

A mediados de abril, Alejandro nos envió, a sus hijos y a mí, un mensaje en el que nos pedía que sus cenizas formaran parte de la Ciudad de México, como decía uno de sus poemas de “Hacer ciudades”. Poema en el que describe, desentraña, insulta y alaba a la ciudad, de la que quiere escaparse y en la que quiere quedarse. Poema en el que se entrelazan los sueños de un muchacho que puede amar, con los sueños de la ciudad misma.

Ese poema lo escribió a los treinta años y ya contenía lo que iba a ser su relación con esta ciudad. En él Alejandro Aura se funde con la Ciudad de México. Leo los primeros versos:

Que la ciudad sea principio y fin
porque no hay soplo
que la hurte de su sitio;
cimiento la sangre de quienes la habitaron
modulando su espeso fundamento.
Óyeme decir que no me iré.
Que parta el solitario
y se hunda en el viento
entre los pájaros perdidos;
que parta el hombre común de cara lisa
que todavía cree en la salvación
y el robusto padre de familia
que busca dominar al sol.
Óyeme a mí decir que no me iré.
La ciudad se morirá conmigo,
yo estaré en su fundamento.


Cuando paseo sola por esta ciudad en la que Alejandro, como en la vida, se sintió tan bien, percibo su compañía y sé que mientras esta ciudad exista, Alejandro Aura estará vivo.

Muchas gracias.

Milagros Revenga
15sep2008
Ciudad de México

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