06 noviembre 2009

.. en La Casa Nacional del Estudiante


La aventura comenzó en Apatzingan, donde conocí a dos estudiantes que residen en esta casa y que me invitaron a presentar los libros "Cuentos y ultramarinos" y "El aura de Alejandro".

Todavía mastico la experiencia vivida en ese espacio que considero pertenece más al México profundo de Bonfil Batalla que al imaginario por el que habitualmente me paseo. Son realidades y contrastes de este país que mi comprensión no alcanza y que me fascinan.

Un edificio perfecto para que la imaginación construya historias, ubicado entre miles de puestos con millones de objetos que invaden las vías públicas y parecen treparse por las hermosas fachadas del pasado. Un entramado de vendedores ambulantes que empujan sus carritos, entre un gentío que se fascina, supongo, tanto con el colorido, como con los precios asequibles a su bolsillo, y nuestro coche lentamente atravesando ese túnel de ilusiones ficticias, de consumo con nombre propio: La Lagunilla, Tepito.

Se nos abrió el inmenso portón de madera y entramos a un remanso de paz, a la decadencia gritada en cada uno de sus rincones, a la magia octogonal del patio central (preparado para el evento) que asciende hasta el cielo de cristal, y que muestra las tres plantas del edificio, barandillas para asomarse a la actividad cultural.

Los jóvenes que viven, que cuidan, esa giganta casa, fueron ocupando las sillas. El frío nos acompañó toda la velada y la penumbra nos envolvía a todos, una lámpara sobre la mesa iluminaba los textos. Se leyeron poemas y prosas, se platicó, se fueron vaciando las sillas; acabamos escuchando una guitarra española y los sones michoacanos y zapateando para sacudirnos el frío.

Sólo hubo un nombre propio: Alejandro Aura, los demás nos fuimos haciendo borrosos. Al salir solo quedaba la estructura metálica del consumo y la noche casi desierta.

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