A María Elena solo la he visto dos o tres veces, después de que Alejandro muriera, él me habló de su hermana muchas veces y de la pena de no haberla visto en muchos años. Esa pena que iba acompañada de un "nimodo" característico de la aceptación teñida de sabiduría de Alejandro para las cuestas arriba de la vida.
María Elena, poetisa y dramaturga, publicó un texto sobre su hermano en la revista Paso de Gato, en el último trimestre del año 2008. Junto al texto que ya publiqué de José Ramón Enríquez.
En la etiqueta de la foto dice: "Alejandro Aura en El tío Vania, de Chéjov, dir. Ludwik Margules (1978). C Rogelio Cuéllar".
María Elena Aura, en la sombra, no sé si por elección o por imposición de la vida, pinta en este texto una característica del hermano con el que compartió difícil infancia e intensa juventud.
EL HILITO DE LA RISA
por María Elena Aura
No puedo recordarlo de otra manera, y sin embargo, no tengo ninguna fotografía de mi hermano Alejandro sonriendo, lo cual me parece imposible, ya que siempre nos reímos de más, tanto, que mi abuela nos decía que si seguíamos así, se nos iba a reventar el hilito de la risa. Pero la alegría de vivir no se amedrenta con tan respetables amenazas. Así que nos la jugamos. Y resultó que primero se revienta la vida que el famoso hilito.
Las fotografías que conservo, aunque la sonrisa se le salga por los ojos, son algo así como: "Alejandro y Marta de uno y tres años respectivamente, sentados en un sillón de cuero" o "Alejandro, como línea vertical, en su primer traje de pantalones largos"; formales, estudios fotográficos, pues, pero eso sí, perdurables y enmarcables, propias de mexicanos nacidos en la primera mitad del siglo XX, cuando ni siquiera los Reyes Magos o Santa Claus acostumbraban retratarse con los niños. Ellos no eran ficción tangible, pertenecían al mundo de la imaginación. Nadie andaba buscando el momento mágico con su Kodak colgada al hombro, ni disparando el celular a la primera provocación. Los fotógrafos estaban en algunos parques, tras su manto negro, esperando a enamorados que quisieran perpetuar su romance. Otros deambulaban por San Juan de Letrán, sorprendían al transeúnte con su flashazo y le entregaban un papelito con el que, en unos pocos días, podría presentarse a recoger su instante eternizado; aun así, era sólo parte del folclor. Esas fotografías, igual que flores secas, se quedaban entre las páginas de algún cuaderno o al fondo del cajón de los olvidos. Tengo, eso sí, innumerables palabras fotográficas, de las cuales, escojo algunas para compartir, con sus vivos y sus muertos, la sonrisa de mi hermano:
Alejandro, de puntitas, sobre una silla de madera, contempla desde una de las ventanas de nuestro departamento, en Gabino Barreda, la enorme carpa del circo Atayde.
Alejandro cruzando sus delgadas piernas al estilo Olimpo; nuestro padre saborea las palabras como él.
Alejandro, con sus pequeñas manos largas, talla la espalda de mamá Lita, nuestra abuela, quien disfruta su baño sabatino de eróticas burbujas.
Alejandro, a punto de llevarse a la lengua el piñón recién partido.
Alejandro jugando a las "cebollitas" con las niñas.
Alejandro apila las monedas en la cajita, ya vacía, de chicles, dulces y cigarros.
Alejandro, liberado del casquete corto y la goma de tragacanto, mueve su melena de poeta por el Paseo de la Reforma con un libro bajo el brazo.
Alejandro colocando con estruendo su Olivetti sobre una mesa del Sanborn's del pasaje Del Prado.
Alejandro cose los cojines negros (sala) de nuestro primer departamento para tertulias literarias, o lo que es lo mismo: para vivir libres y felices.
Alejandro, en su comodísimo sillón, escucha música de Agustín Lara, aspirando el aroma de su copa de coñac.
Alejandro asomándose a la olla de agua hirviendo, en donde, voluptuosas, se abren las almejas mostrando sus sonrosadas impudicias.
Alejandro rebanando generosamente el pan de cada día.
Alejandro arrojando monedas en el kiosco de Tiépolo para que el dinero, a nadie, nos falte nunca.
Alejandro en su último vuelo hacia el amor, susurrando palabras al oído del Aura de Madrid.
Alejandro en traje de lino blanco rumbo al espacio de la poesía.
Y de pilón, a la usanza de nuestros tiempos:
Alejandro Olimpo Aura Palacios, rodeado de sus diosas, ensarta estrellas en el hilo infinito de su risa.
Gracias Remedios por haber registrado nuestra visita a tu casa, la casa del querido e inolvidable Alejandro.
ResponderEliminarSubimos al tercer piso como la vez anterior. Se abrio la misma puerta y despues de abrazarte mi corazon busco a Alejandro como la ultima vez. Solamente el silencio respondio a mi silencioso llamado. No estaba ahi y no iba a presentarse. La garganta se cierra y una lagrima amenaza con rodar. Trago saliva, me recompongo y me integro a la reunion. No pierdo las esperanzas buen Alex, nos veremos en el Universo. Mientras tanto te mando un beso.
Leon.